Algunas iglesias cristianas de hoy, y particularmente aqui en Brasil, hablan de
prosperidad como la panacea para el creyente, la que sería como la
consecuencia obvia del verdadero discípulo de Cristo. Sin duda, Dios bendice a
todos los que le aman y guardan sus enseñanzas, sin embargo, dicha bendición no
necesariamente significa la opulencia o la hartura económica. Las iglesias que hacen de esto el centro de su predicación
yerran, convirtiendo el evangelio de Jesucristo en un negocio y lucrándose a
costa de la credulidad de aquellos que no se dan el trabajo de profundizar en
las enseñanzas de nuestro Señor y
Salvador. Al final del capítulo 6 de Mateo, Jesús enseña que quienes buscan
primeramente el reino de Dios y su justicia no tienen necesidad de afanarse por
tres necesidades básicas. Esto es, que comeremos, que beberemos o que vestiremos. La
satisfacción de ellas está garantizada si cumplimos con nuestra parte de buscar
su reino y su justicia. Pero ello no significa que tendremos riquezas
materiales a libre disposición. Es más,
muchos creyentes son atraídos por estas falsas promesas de abundancia y hartura
(aunque ello puede darse en algunos casos)
sin saber que a veces las consecuencias del ser un fiel discípulo pueden
ser bien distintas a dicho estado de “bienaventuranza económica”.
Si siguiéramos la lógica de tales
predicaciones, nos serían incomprensibles los innúmeros casos de grandes
hombres de fe que fueron siervos del Dios viviente, quienes por ser testigos
fieles sufrieron persecuciones (Ejem.
Los apóstoles, Elías, etc.), padecieron hambre y sed, fueron, encarcelados, azotados, muertos crucificados, decapitados, lapidados,aserrados. También no podríamos
comprender aquella sentencia de nuestro Señor Jesucristo cuando dijo “ninguno puede servir a dos
señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Aunque en este caso se refiere a
la importancia que habitualmente los hombres dan a sus bienes materiales.
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